DANDO LA NOTA

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Evaluación y examen son dos sustantivos que van unidos en el imaginario docente. Cuando hablamos de uno, en realidad queremos nombrar al otro y viceversa.

Es un tema de opinión dispar en los comentarios de sala de profesores y de reuniones de formación. El asombro de muchos es total: Si no examinamos, ¿cómo sabemos la nota? . ¿Y si te reclaman? Yo no me expongo a una reclamación.  
Tal y como están los juzgados en España, casi ningún docente nos sustraemos a la tentación de realizar nuestro examencito de turno para justificar y certificar los aprobados. Bueno, mejor que justificar los aprobados,  que nadie nos pueda refutar los suspensos. 

El examen como documento oficial de nuestra acción evaluadora. Tanto, que hay que conservarlos #nosécuantotiempo...por si reclaman.

Las frases hechas son míticas: Yo no suspendo, se suspenden ellos. Un 4´8 es suspenso. A partir de ahí..hablamos...a veces ni eso, como expone Jordi Martí en su (siempre) magnifico post 4´974, que recomiendo leer.

Las justificaciones al examen también son ya elementos clásicos.

  • Objetividad: En un eufemismo total, los exámenes los clasificamos dentro de las denominadas pruebas objetivas. Como si el profesorado no tuviéramos nada que aportar a la "evaluación". La realidad es que así, con "lo objetivo"  justificamos lo innecesario de aportar nada más. Otras evidencias que nos compromete como docentes.  
  • Justicia: El sentido de justicia docente se salva, simplemente,  con un examen al trimestre. Un sólo examen nos proporciona la limpieza de conciencia justa y equitativa. Evaluar a todos de forma justa: el mismo examen para todos, único, finito y final.

Hay docentes que enseñan a base de exámenes: de tema; parcial; mensual; trimestral; global...todo un catálogo de exámenes para "hacer estudiar a los alumnos". ¿No es mejor hacerles aprender?
Evalaución continua ¿? llamamos algunos. Obviedad, si el examen es igual a evaluación; evaluación continua es igual a continuidad de exámenes.

Veo a los alumnos preocupados por los exámenes,pero no preocupados por aprender. ¡Es lo que ha creado este modelo! Es es sumo de la "funcionaritis" española. ¿Es eso lo que queremos?

En realidad, nos hemos acostumbrado al examen porque es el sistema de evaluación, como llamarlo...menos complejo...menos "trabajoso" y con el que no te pillas los dedos. Le dedicas un ratito  a preparar las preguntas (si es que no te las proporciona la guía de la editorial de turno) y un ratito más largo a corregirlas y poner las notas ..y listo. ¿Lo recuerdas? Has aprendido. ¿No lo recuerdas? Debes repetir. ¿Mañana? Ya no importa. ¿Sirve para algo lo memorizado? ¿Sabes qué hacer con eso que has memorizado? Tampoco importa. La cuestión es memorizar. Codos. Cultura del esfuerzo le llaman. Sufrimiento.
Corregir es pesado, "no le vamos a restar mérito", sobre todo si tenemos unos criterios claros de corrección. No quiero acabar sin hacer honor a la verdad.  Hay mucho profesorado que también evaluamos queriendo ser más objetivo y lo hace utilizando pautas de observación (incluso rúbricas), en cuadernos cuadriculados (recuerdo que las editoriales hacía unas fichas de alumno  muy apañadas) en las que incluimos  las notas de salir a la pizarra, de las preguntas de clase  y los clásicos positivos y negativos (asociados al comportamiento)... Pero, a la postre, esto sólo vale para redondear la nota del examen,

Si no hay examen,.. no hay nota.

No lo digo por ironizar (más). Vivo cada final de trimestre unos cuántos casos de ese tipo. " No le puedo evaluar, no hizo el examen".¿Qué calificación le pongo  si no tengo notas ? El examen es el único conocimiento que tenemos del trabajo del alumno.

Hay docentes que nos nos gusta dar la nota...(o la damos demasiado)...y claro..acabamos estando de acuerdo Enguita: Hay que quitarse el sombre ante los jesuitas.

3 comentarios

  1. Montamos exámenes para tener notas y lo que hacemos es darla nosotros... Muy buena reflexión, Jose! Un abrazo!

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  2. Es cierto que un cambio es necesario. Estamos en camino. Unos más que otros pero en camino.

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  3. Aplicar una escala normalizada, las notas, para informar sobre un progreso individual da lugar a múltiples dilemas entre lo que es justo o injusto, lo que es verdadero o falso o lo que está bien o está mal. Por ejemplo, ¿es justo suspender a un alumno que no tiene las destrezas matemáticas que se han fijado para su edad, pero que ha realizado un gran esfuerzo, tiene empeño y sí ha conseguido los objetivos previstos en su plan personal de aprendizaje? De cara a la Administración, los padres y el propio alumno, ¿aprobarle no sería una mentira? Teniendo en cuenta el apoyo que necesita el alumno en su trabajo, ¿aprobarlo no sería bueno?

    Y esta casuística se presta a la búsqueda de inocentes y culpables y a todo tipo de justificaciones, siempre desde la perspectiva de cada parte implicada: los alumnos suspenden porque los profesores no les motivan, no les enseñan o no les atienden como debieran, porque no estudian, porque los padres no se preocupan de que lo hagan, porque son pobres, se les discrimina o hay una situación insostenible en sus casas. Siempre hay una razón; y la solución, por lo general, no se encuentra en nuestras manos.

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